Capítulo II

1 de Diciembre de 1805


II
El cuaderno de Junot
El punto de partida


Después de casi 2 horas de instrucciones salimos del despacho de Ney. Yo ni quería preguntar donde estaba, o por qué me había pasado ésto. Solo quería comer algo y secarme. Tras dos días dando vueltas perdido en esas putas callejuelas. Y me encuentro con ese manojo de chalados que hablaban de Napoleón y no sé qué más. Y para colmo me trataban de general. Pensé que era algún manicomio u otro tipo de hospital. Pero cuando reparé en el uniforme militar que llevaba puesto supe que era otra teoría que descartaría enseguida, como la del sueño cuando venía caminando. Cagüentoosusmuer. Lo único que me devolvió la cordura a medias fue el café que me había convidado el guardia del salón y el calor del edificio.

Ahora nos preparábamos para otro viaje desgastante. Yo tenía las piernas molidas y el frío me estaba congelando, pero esos tipos… esos tipos estaban verdaderamente locos, hablaron de trasladar un ejército de 200.000 hombres y 1.600 cañones desde Francia hasta Inglaterra en invierno. Muy locos. Me imaginé subiendo la cuesta de Sierra Nevada empujando esos cañones con ruedas de carretas hasta Pradollano. Ni borracho. Pero en principio no me quedó más remedio que seguirles la corriente. Después de perderme en esas calles no sabía como volver. Bueno, en realidad, si encontraba la plaza esa, la redonda donde estaba la feria, encontraría el camino. Pero para lograr eso tenía que permanecer en París, que era la ciudad donde estaba. Ahora que podía entender el idioma, podría hacer algo hasta encontrar la plaza de nuevo.

Pero no pude. Esos tipos no me dejaban solo ni a sol ni a sombra. Total que las tropas ya estaban en movimiento y yo no tenía aún una idea mínima de a donde iba y que iba a pasar allí. Solo sabía que esa mañana estaba yendo al instituto y aparecí en medio de este montón de resfriados mentales en una época distinta y en una ciudad de mierda donde me cagaba de frío. Ahora me tocaba acompañar a ese tal Berthier a reunirnos con el emperador que salía del palacio, y viajaríamos durante toda la noche hasta entrada la madrugada. Según los planos que tenía Ney, estábamos en las afueras de París, así que esperaba que Berthier no piense que también iríamos a Inglaterra caminando.

En ese momento dejábamos el caserón grande para dirigirnos a un inmenso solar en la parte de atrás, dónde subimos a un carruaje de madera que nos sacó desde adentro del parque de entrada y nos llevó por una ruta que rodeaba la ciudad. El viaje duró casi todo un día y yo estaba cansado, pero necesitaba estar atento. Si estos tipos descubrían que yo no era ese general Junot me podían matar. Tal vez podrían pensar que era un espía o algo así.

Al principio estaba muy nervioso. Yo viajaba al lado de un tal Soult, y en frente mío iba Berthier con Ney. Hablaban como si los cuatro nos conociésemos desde hacía años, así que pensé que Junot realmente había existido en esa época. Berthier era el más callado, y los otros lo trataban de igual a igual, pero lo miraban de otra manera. Por la forma en que lo trató Ney durante la reunión supuse que era un mariscal pero con mas enchufe que los otros. “La mano derecha del emperador”. O sea que el “petit cabrón” solo daba por culo. Cuando quería repartir hostias usaba a su “mano derecha Berthier”.

Durante todo el trayecto hasta ese momento solo estuve a la expectativa escuchando de lo que hablaban Ney con el otro que estaba a mi lado llamado Soult.

El mariscal Soult era un tipo delgado, mas bien atlético, pero no muy alto. Tenía unos ojos casi diminutos para su estirada cara pero cuando miraba a alguien se notaba cierta arrogancia. Usaba unas gafas para leer que se parecían a las de John Lennon, pero mas pequeñas.

Hablaban de política y de cosas como logística, armamento, húsares y campañas. También nombraban a otros que iban en otro carro y a algunos que no había saludado en la casona. Por lo que pude escuchar no estaban muy conformes con la marina, y algo tenía que ver la de España. Comentaron, cómo el emperador (le decían Sire) despotricaba contra unos tales Ganteaume y Villeneuve, y la marina de guerra y no sé qué más.

-Yo sigo creyendo que deberíamos intervenir el ministerio de Marina y mandar a Decres de nuevo al mar.- Decía Soult –No puede ser que hayamos puesto en vereda a los austríacos y los prusos, y no podamos frenar a los ingleses. Siempre estamos esperando a que nos ataquen ellos.

-Bueno, pero siempre que lo hicieron en tierra dentro del continente tuvieron que irse sin nada –respondía Ney –Desde el asedio a Tolón solo pueden financiar a otros ejércitos para intenten hacer el trabajo por ellos.

-Si, eso dentro del continente. Si hubiésemos contado con apoyos navales a la altura de la circunstancia, ya estarían fuera de Malta o de Egipto. Es mas, esta campaña ya se habría terminado. Nelson y Collingwood son muy buenos en el agua, pero si hubiésemos desembarcado hace seis meses cuando se proyectó esta operación, ahora Jorge no estaría en el trono y no estarían bloqueándonos.

-Algo de razón tiene mariscal, pero parece que ahora va en serio. Según los informes de Tayllerand, Rosily logró despistar a Nelson en las Antillas, y Collingwood anda por el Mediterráneo. Tengo entendido que el propio almirante se queda en el golfo de Vizcaya para seguir jugando al gato y al ratón, mientras el grueso de la flota viene a buscarnos.
-Disculpe mi escepticismo, pero después de tres intentos fallidos, lo creeré cuando lo vea. Además no sé yo si van a alcanzar para transportar semejante ejército. Es la primera vez que contamos con tal cantidad de efectivos.

-Eso es bueno, ya que confirma que la nueva ley de enrolamiento del Mariscal Berthier funciona…

Hasta el momento de parar a cenar, Berthier viajaba muy callado. Mirando siempre hacia afuera por la ventanilla del carro, casi no había pronunciado palabra.

Tras unas horas de viaje paramos en una hostería o algo así para comer. Gracias a Dios, porque en ese carro de madera casi me deshago el culo de lo duro del asiento. Y encima parecía que el cochero tenía la exclusiva con todos los baches del camino. En el momento en que bajamos del coche me di cuenta que no éramos solo nosotros cuatro. En total había unos cuarenta hombres a caballo que viajaban rodeándonos, eran la guardia de los mariscales y generales. Y había más en la puerta y dentro del comedor, un salón que estaba totalmente a nuestra disposición. Donde quiera que mirase solo se veían uniformes azules. Algunos comiendo, otros parados de guardia. Estábamos rodeados de ellos ya que ocupábamos una mesa en el centro.

La hostería era un lugar mugriento y con poca luz. Todas las lámparas eran a velas. El suelo de madera, igual que el revestimiento de las paredes, hacía que el lugar se viese casi tétrico, como en una película de terror. No era el paraje donde quisiese perderme, mas si se veía la negra oscuridad del bosque circundante desde una ventana empañada.

No comimos primer plato, directamente sirvieron el pollo acompañado de patatas y tengo que decir que estaba muy bueno y yo tenía mucha hambre. La conversación siguió muy animada entre Ney y Soult. Pero esta vez ya hablaban sobre la campaña de Inglaterra. Especulaban sobre las formas y quienes iban a comandar los diferentes regimientos. Soult era de la opinión que Marmont y Lannes se quedarían en Francia, o que cruzarían en una segunda etapa. Ney pensaba que la mejor manera de hacerlo era que todos crucemos de una vez, pero entonces el problema era que no podían dejar el continente sin guardia y que dependían de los enlaces de la marina por si tenían que volver de pronto.

Entonces Berthier se animó un poco a pesar de ser el único que no bebió vino puro. Desentendiéndose de los otros dos me preguntó de golpe:

-¿Y usted que opina Junot?

-Ehh…. ¿Sobre qué?

-Sobre esto, sobre la invasión…

-Buenooo… parece que está todo bien atado, ¿No?

Cagüentuputamadre, Berthier. Se descolgó con una pregunta sobre el tema y yo en las nubes. Dije lo primero que me vino a la cabeza, pero de pronto, la carcajada de los otros se escuchó en todo el comedor, y yo quería desaparecer. ¿Qué mierda tenía que responder? Si no sabía nada de lo que decían. ¿Por qué no iban ellos a Inglaterra y a mi me mandaban a España? Con lo a gustito que estaba yo en mi Andalucía. Soult era el tipo mas seco que había visto, pero el cabrón estalló de risa con un vozarrón que rebotó en todo el local. ¿De que mierda te reís gabacho bigotudo? Con lágrimas de risa preguntó:

-¿Bien atado? Bonita forma de definirlo, Junot.

-Espere que lo escuche el emperador- intervino Ney, rojo por las carcajadas –Sire, esta batalla la tenemos “bien atada”, ja ja ja…

-Bueno, quería decir que…- y una mierda. No entendía de qué coño se reían estos cabrones. Por suerte el tocahuevos de Berthier me cortó antes de seguir con el show.

-Creo que todos entendimos a lo que se refiere, Junot- me interrumpió -según usted, esto será fácil, pero yo no perdería la concentración.

Ni hablar de eso- dijo Soult –si perdemos esta campaña el Sire nos corta los cojones. 150.000 hombres de infantería, la reserva de la última leva del Mariscal Berthier, mas la artillería y la caballería de Murat. De perder concentración ni hablar. Tampoco perder el tiempo en esa isla. No tengo ganas de quedarme en una tierra hostil durante mucho tiempo.

-Cálmese Soult- dijo Ney –Con tantos efectivos el mayor problema es cruzar el canal. Pero donde hagamos pie en la isla no nos podrán detener. Será como en Italia, tardamos más en llegar y acomodarnos que en mandar a los austríacos al infierno. Y estos serán muy buenos en el mar, pero en tierra no son las tropas de la corte de Viena precisamente.

-Berthier, ¿Qué dicen los informes de la defensa de la isla?

-Bueno, nada nuevo. No parecen haber cambiado mucho desde la última vez.

Berthier hablaba firme, pero nunca precisaba nada. Sus datos eran tan ambiguos que uno no se enteraba de que iba la cosa. Es mas, cada vez que hablaba era con frases cortas y como si dejase que los otros tomasen las decisiones que mejor les pareciese. Si este es el jefe, mal lo tenemos.

A la hora del postre nadie quiso nada. Preferimos el café para mantenernos despiertos y afrontar el frío que ahora con la panza llena se sentiría más. Y encima sin paradas por campo descubierto. Durante el café (que fue acompañado de cognac) se habló mucho de la marina. Por lo poco que entendí, un almirante, Villeneuve, había sido reemplazado por otro, Rosily, porque no había seguido las órdenes del emperador. Y otro, un tal Decres, que era de marina pero ministro de algo, también estaba en la cuerda floja si no seguía las indicaciones de Napoleón. Todo porque esta campaña se tenía que hacer antes. Al parecer la operación estaba programada para Junio, así que desde fines de Mayo los diferentes ejércitos se habían concentrado en la costa y ahora, en Diciembre, todavía se esperaban los barcos para cruzar.

Al rato Berthier volvió del baño pero ya no se sentó. Cogiendo su abrigo y apurando el cognac, nos miró a todos y dijo: -Sugiero que sigamos la marcha.

-Sí –concluyó Ney –Murat, Bernardotte y los demás ya deben estar cerca de Boulogne.

Las horas siguientes, fueron mas calmas. Ya más tranquilo, traté de mantenerme en la conversación hablando lo menos posible para intentar comprender más de la situación. Pero no me podía concentrar. Extrañaba mi casa y aunque ya había desaparecido el pánico inicial, seguía con el miedo en el cuerpo, a medida que me enteraba de que iba la cosa.

Al rato estaban todos dormitando. Los observé durante unos minutos pensando la forma de escaquearme pero pensé en los soldados que nos precedían y seguían. Además, para salir de ahí había que pasar por encima de Berthier que dormía apoyado en el marco de la puerta. Y eso por no hablar de que ya no sabía en que punto del mapa estábamos.

Pasamos por las afueras de algunos pueblos, pero no nos detuvimos. En el transcurso del viaje le dimos alcance al otro carro que se había detenido a cenar en otro paraje. Por su escolta me di cuenta que no era fácil pasar desapercibidos. Por eso entendí que íbamos por caminos secundarios. Aunque no creo que los caminos principales estuvieran mejor que estos.

Pensé en mi madre, que a esta hora estaría dando voces en la comisaría buscándome por toda Granada. Seguramente ya habría llamado a todos mis amigos y compañeros del instituto. Al ser profesor, mi padre tenía acceso a todos los alumnos de mi curso. Quien lo iba a decir, el jefe siempre quiso que aprendiese francés como segunda lengua y yo nunca quise hablar gabacho. Ahora estoy rodeado de ellos y sin saber como ni porqué, los entendía perfectamente.

Al final llegamos después de la madrugada. El frío se hizo mas intenso y se podía oler el salitre del mar. A medida que nos internábamos en la ciudad podía distinguir guardias parados a los costados del camino, helados en la intemperie y empapados por la lluvia fina que nos acompañaba durante la última parte del viaje. Hubiese preferido que siguiera nevando.

El pueblo era chico y de casas bajas. En el aire flotaba una mezcla de pescado, salitre y ese aroma que deja el cesped recién cortado cuando lo baña el rocío de la madrugada. Nada parecido al olor de estanque cloacal que se sentía en París, especialmente en la rivera del Sena.

Entramos por una calle principal, empedrada, siempre rodeados de la escolta que despertaba a todo el mundo con el ruido de los caballos sobre las piedras del camino. Pasamos por una especie de castillo que tenía unas torres bastante derruidas y pronto llegamos a la desembocadura de un río, desde donde se escuchaba el mar. Entonces nos bajamos y casi sin dirigirnos la palabra nos metimos en una casa de dos plantas, de material, mientras unos guardias que ya estaban allí se cuadraban para saludarnos. En mi habitación, en el piso superior, encontré una cama (al fin!!!), una mesita con un cubo de agua, de esos que mi madre usaba para la ropa, y un espejo al lado de un perchero donde colgué la capa, el chaquetón y el sombrero. No había terminado de soplar la vela que ya estaba despatarrado en la cama. Ni siquiera me quité las botas, solo me dormí.

1 comentario:

  1. El carruaje de traslado en realidad no existía. Las Berlinas son un trasnporte que aparecen por primera vez en inglaterra a fines de 1820 y esta narracion se sitúa años antes. Los transportes de esa época, durante ese periódo en Francia, eran las volants o volantas. Agradezco la corrección del dato a Carla Bassi, desde el Museo de Historia de Buenos Aires.

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